Cuentos al Sol

Estos cuentos nacen del contacto con el Sol, la eternidad y el espíritu. Siempre hay uno dedicado a ti.

Nombre: gsdepallens
Ubicación: Arica, Chile

domingo, agosto 28, 2005

MUERTO

Lo mataron, sin siquiera arrugarse, les importó un reverendo cuesco y lo asesinaron. Se metieron por la cueva el montón de años que los cobijó, los abrigó, los protegió, los acunó incluso...
Fue, por casi un siglo, el mudo testigo de romances, rupturas, concepciones, largas y terribles confesiones, juegos infantiles y otros no tanto.
Abogó por las pequeñas, defendió a los perritos, salvó miles de gatos.
Con orgullo, veía cómo, generación tras generación, se le acercaban y le contaban sus cosas, era el soporte, el hombro, el único amigo, el más amigo.
Sólo él sabía escuchar.
Acogió a cuanta cosa viva quisiera llegar a él.
Y ahí yace, inerte, imposibilitado.
¿Quién tiene la propiedad de la vida?
¿Quién decide quién muere y quién sigue vivo?
¿Quién dice que él no tiene alma?
¿Qué carajo se han creído?
Y ahora están felices, los asesinos, los mutiladores.
¡Ojalá sean castrados de la misma manera!
Ahora, sin él, el injustamente muerto, podrán construir un gran estacionamiento.
Se lo llevarán, seguramente a convertir en sillas, mesas, muebles, el esquinero que la vieja cuica quería hace tanto tiempo, la mesita de centro pa' la hueca de la nuera, una lámpara "diferente" para el Benja...
Pobre, mi viejo, muerto y todo y seguirás siendo parte...
Yo sólo quiero una astillita, ésta, para cuando tenga pena, clavármela y saber que igual estás.

viernes, agosto 26, 2005

LA OBRA

Acarrean la tierra, la dejan y van por más, la depositan en algún lugar destinado a eso y vuelven a buscar más. Así pasan todo el día.
Otro grupo rompe la roca, el taladro gigantesco penetrando la roca madre, como para que ella luego tome revancha. Cuando eso no basta, la dinamita es la solución, las detonaciones ensordecedoras, asustan a los gatos y a los niños, aunque algunos ya se han acostumbrado.
El capataz reúne a los hombres para darles nuevas órdenes, no viene el gruero. Lo esperan unos minutos y empiezan sin él.
Uno de los jornales se da cuenta del accidente y corre gritando el nombre del infortunado. "El López, se cayó el López".
Corren como hormigas bajo el sol a socorrer al López, mientras éste yace bajo la rueda de la grúa, muerto, inmóvil.
El capataz grita que llamen a la ambulancia, un paco que andaba cerca se acercó a ver si era de ayuda, la mujer del López iba pasando por ahí para dejar al niño al colegio, el niño indica con el dedo lo que nadie puede creer:al acercarse el tumulto, se levanta el muerto sacudiéndose el polvo.
"No le pasó na' al López..."

A LAS TRES DE LA TARDE

Con una mano en la cartera y la otra afirmando un cigarro, por supuesto mirando al suelo, para no caer, no vi a la señora que había levantado el brazo para parar la micro. Me pegó un manotazo en la nariz, de esos que te hacen llorar. Cuando le iba a decir vieja conch..., me di cuenta que la iñora, por no pegarme más fuerte, se había corrido y tropezado con la raíz de un árbol.
¡La cresta que se sacó la pobre!
Tuve que despedirme de mi cigarrito y la levanté como pude, era harto rellenita y como buena ochentona, más aturdida por la edad que por el golpe, no se podía parar. Se acercó un lolito, "córrase pa'llá", me dijo y la levantó de un tirón. La sentamos en el paradero y la viejita ni hablaba. El cabro se fue y me dejó sola. Ni un alma alrededor, yo sola con la senecta y no sabia qué decirle. Opté por pedirle disculpas, pero no me contestaba.
"¿Señora, le pasó algo?"
Mutis. ¿Será muda? Pensé. Lo único que hacía era tiritar, de nervios, me imaginé, le tiritaba una patita. Cresta, la vieja se volvió loca por mi culpa.
Me sentía pésimo, más encima que casi la insulté, pobrecita. Me pasé todos los rollos posibles. Estaba yo más asustada que ella, eso es seguro.
Parecía que le estaba dando un ataque feroz con el maldito movimiento de la pierna, pero como yo no sé nada de ataques ni auxilios primarios ni secundarios, no sabía qué hacer.
Todo eso parece largo, pero pasó en dos o tres minutos, que se me hicieron horas. Creí que lo más lógico era tomar un taxi y ahí registrarle la cartera o algún bolsillo por si andaba con direcciones o teléfonos, si no, llevarla a la comisaría y deshacerme del cachito. Pero también pensé, se me pensó, en realidad, llevarla al hospital y que la revisaran, total había sido un accidente y yo no andaba manejando, no había sido un atropello, no era delito, fue mala cueva no más...
En eso, a punto de tomar el famoso taxi, se acerca una tipa mucho más joven gritando "¡Mi mamá. mi mamá!"
"¡Al fin!", se me volvió a pensar. Tuve que despachar el taxi, nunca tan desgraciada de dejarle a la tullida ahí a la pobre hija, sin entender nada. Me acerqué a la mujer para explicarle lo que había pasado y ésta me empujó hacia un lado para seguir corriendo.
"¡Oiga!" Se detuvo, pero no se le pasaba la cara de loca y cuando le empecé a contar lo que había pasado con la madre, me miró con expresión más perpleja aún y me dijo que qué le importaba esa vieja y que su mamá estaba en la baranda del departamento y que iba a socorrerla.
Efectivamente, levanté la vista y vi a otra loca colgando del quinto piso de un edificio, pero no parecía que se iba a caer.
En fin, eso sí que era grave.
Tomé a mi amiga muda y tiritona del brazo y me la llevé a la casita.

lunes, agosto 15, 2005

EL TORO NEGRO

"Yo y mi hermano", así se refiere siempre, ella es la primera, ella era la profesora en los juegos, ella era la mamá y la que "cortaba el queque", y ella era la menor de cinco hermanos, la niña, la regalona que durmió con los padres hasta que se casó a los veinte años.
Corriendo entraba resbalando por la cocina. "¿Qué la pasa a mi niña, que corre tanto?" Preguntaba la robusta madre. "¡Es que la Tota me viene persiguiendo!" La Tota, tan invisible como el aire, pero su única amiga, la que le hacía caso en todo, la que se tiraba a las acequias para incitarla. La Tota, a quien echarle la culpa de los desórdenes y el ensuciarse. La Tota, tan imaginaria como el Príncipe Azul.
Iban ella y el hermano cada día de crudo invierno, con el barro hasta las rodillas, pero el juego a flor de piel, al colegio, corriendo por las pozas, saltando las cercas, pasando lejos del potrero del Toro Negro, bajando el cerro.
El retorno largo y bien subido, el tenue sol ha secado el barro. Cobijados por un Litre, juegan al colegio, no les ha bastado toda la mañana. El arbusto fue el mudo testigo del estuchazo en la cabeza que recibió el "aluno" porfiado, se acabó el juego, el crío lloroso se aleja corriendo a acusar a la pérfida.
Cabizbajos tratan de cruzar por el potrero del temido toro, suben las cortas piernecitas, "yo y mi hermano", y pasan al lado prohibido, no viene, corren y lo sienten acercarse. Como perro guardián, el toro negro, golpea el suelo y bufa advirtiendo. Mejor correr de vueltaEse día no se pudo, mañana tal vez.
Días y meses de infructuoso intento, ponen fin al sueño de ganarle al invencible animal.
Lo habían traído del "extranjero", era "importado", decía. Tan grande, negro, negro, como el barro bajo los pies y bravo bravo, toro de lidia, creían.
Quince años después, con la hija mayor en brazos, se baja el auto recién comprado del flamante marido, en la primera visita al primer hogar, a mirar al viejo enemigo. Sube la larga pierna y pasa al lado prohibido, corre como cuando niña, "yo y mi hermano", y correcorrecorre, anhelando la persecución... nada... no está... ¿se habrá muerto el toro? Tantos años...
Bajo un árbol que antaño no existía, una negra figura la mira. Se acerca sigilosa y el monstruo empequeñece, sus ojos de toro negro lloran sin parar. Está viejito ya mi amigo.

SORPRESA


Entró en la casa y de lejos se le veía la fealdad, era horrible, su cara gorda y manchada, su cuerpo deforme y tosco, sus piernas chuecas y mal caminar, con los brazos moviéndose en círculos y la bolsa del pan meneándose sin gracia alguna.
La fea no tenía idea, ella sonreía feliz al andar y todos la saludaban muy cortésmente, nadie hablaba por detrás de ella.
Yo no sabía nada de ella, sólo que era fea y no muy olorosita que digamos. Un día me vi en la obligación de hablarle por un problema que había con el perro de la casa en la que trabajaba. Le toqué el timbre y salió apuradita y muy sonriente la pobre gorda. Me atendió muy simpática y nunca dejó de sonreír.
Pero por Dios que era fea, el prominente abdomen todo mojado por estar metida en el lavaplatos, seguramente, con hawaianas, sus pies parecían dos empanadas mal hechas, de esas con haaaaaaaarta cebolla, su vello facial no le producía ningún complejo, claramente. Sus manos regordetas y sus dedos cortos, me extendieron el papel que necesitaba de vuelta y me fui, pensando en cómo la vida puede ser tan injusta.
Y, justo al día siguiente, la vida me puso en la cara la balanza de la justicia. La había venido a buscar el marido, nada feo el tipo: alto, delgado, narigoncito pero gracioso, en fin, pensé que a lo mejor antes él habrá estado enamorado, pero ahora que ella estaba tan re fea... Y otra cachetada de la vida y la justicia, él le tomó la mano y se la llevó a los labios, luego la abrazó y le tomó la cara entre sus manos y le dio un beso en la boca, bien dado, no un beso de saludo cualquiera, un beso rico, apasionado, pero decente, ubicadito el par.
Me produjo tanta ternura ver a estos dos personajes tan enamorados, se miraban a los ojos como si no hubiera nadie más en el mundo a quien mirar, se tomaban de las manos, y se fueron abrazaditos perdiéndose detrás de los cerros.
¿Tendrán hijos? Si los tienen, ojalá se parezcan a él.