SORPRESA
Entró en la casa y de lejos se le veía la fealdad, era horrible, su cara gorda y manchada, su cuerpo deforme y tosco, sus piernas chuecas y mal caminar, con los brazos moviéndose en círculos y la bolsa del pan meneándose sin gracia alguna.
La fea no tenía idea, ella sonreía feliz al andar y todos la saludaban muy cortésmente, nadie hablaba por detrás de ella.
Yo no sabía nada de ella, sólo que era fea y no muy olorosita que digamos. Un día me vi en la obligación de hablarle por un problema que había con el perro de la casa en la que trabajaba. Le toqué el timbre y salió apuradita y muy sonriente la pobre gorda. Me atendió muy simpática y nunca dejó de sonreír.
Pero por Dios que era fea, el prominente abdomen todo mojado por estar metida en el lavaplatos, seguramente, con hawaianas, sus pies parecían dos empanadas mal hechas, de esas con haaaaaaaarta cebolla, su vello facial no le producía ningún complejo, claramente. Sus manos regordetas y sus dedos cortos, me extendieron el papel que necesitaba de vuelta y me fui, pensando en cómo la vida puede ser tan injusta.
Y, justo al día siguiente, la vida me puso en la cara la balanza de la justicia. La había venido a buscar el marido, nada feo el tipo: alto, delgado, narigoncito pero gracioso, en fin, pensé que a lo mejor antes él habrá estado enamorado, pero ahora que ella estaba tan re fea... Y otra cachetada de la vida y la justicia, él le tomó la mano y se la llevó a los labios, luego la abrazó y le tomó la cara entre sus manos y le dio un beso en la boca, bien dado, no un beso de saludo cualquiera, un beso rico, apasionado, pero decente, ubicadito el par.
Me produjo tanta ternura ver a estos dos personajes tan enamorados, se miraban a los ojos como si no hubiera nadie más en el mundo a quien mirar, se tomaban de las manos, y se fueron abrazaditos perdiéndose detrás de los cerros.
¿Tendrán hijos? Si los tienen, ojalá se parezcan a él.
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