CERRO GRIS
Cuando me invitaron a participar en la campaña del Diputado Pérez, pensé en pueblitos pintorescos, mucho verde, comidas ricas típicas de cada lugar y todo eso imaginable en que se piensa al organizar un viaje.
Habíamos escuchado historias novelescas y hasta terroríficas de algunos pueblos sureños, pero lo que pasaba en Cerro Gris era mucho más que increíble... hasta que lo vimos y ya nadie lo podría refutar, al menos delante de mí.
Cerro Gris era un lugar tranquilo, de ríos translúcidos y clima cálido, pese a estar rodeado por ambas cordilleras. Era considerado el oasis para los arrieros que aún existían en la zona. El turismo dejaba la mayor parte de las "riquezas", por llamarle así a las entradas bastante contundentes de las que Cerro Gris podía jactarse.
El pueblo había sido fundado a los pies de un cerro, cuyo color grafito sorprendía a todos los que llegaban ya fuera por curiosidad o casualidad.
El día anterior a nuestra llegada a Cerro Gris, en primera plana del diario se veía la noticia de la desaparición misteriosa de la hija de uno de los concejales. Se decía que había tenido amoríos con un Señor Casado y que la esposa de éste habría encargado a alguien hacerla pasar un sustito. Era tan improbable como la teoría del hombre pillado, el que decía que se la había comido el "GUME".
El Gume era hijo de un minero seducido por las promesas de bienestar económico en el lugar. Recién llegado, el padre se casó con doña Manuela, quien según las malas lenguas, era bruja, pero el demonio la había castigado quitándole sus poderes, cuando ésta no quiso someterse a sus lujuriosas demandas a cambio de más regalías.
Cuando nació el Gume, llovió por siete días y cuando ya pensaban los habitantes de Cerro Gris, que sucumbirían bajo el agua, cesó la lluvia, dando paso a un calor de cuarenta grados centígrados, impensable en esa austral latitud.
Las vecinas más ancianas miraban al pobre Gume con recelo, alejando de su alcance a cuanta virgencita anduviera cerca, sin darse cuenta aún que los bajos instintos del joven iban más bien encaminados hacia otro placer.
Apenas el padre notó el primer atisbo de canibalismo en su apesadumbrado hijo, llamó al cura para que lo "santiguara", creyendo falsamente que era un mal del espíritu y no de la mente.
Nada se sabía de la antropofagia en Cerro Gris, con suerte el Padre Pedro había escuchado alguna vez de los jíbaros, pero de gente que comiera gente, no, imposible. Creían, simplemente que eran costumbres demoníacas, que no podrían darse en su pueblo, ni en las cercanías, dando por hecho la fantasía.
El primer día de campaña todos trataban de comportarse medianamente normales, haciendo el mayor esfuerzo por conquistarnos para que nos quedáramos más de lo previsto. Pero, la verdad es que desde el candidato hasta el último pelagato (yo), vivíamos en una constante vigilia de miedo y a la vez, curiosidad, no, mejor dicho, copuchentismo puro, por saber si era cierto todo este escándalo.
Estábamos obligados a quedarnos dos días por lo menos, ya que el pueblo estaba alejado, la única manera de llegar era por tierra y las actividades programadas eran en diferentes lugares y el pueblo estaba dividido; la municipalidad estaba al lado norte del río y el resto del pueblo, los boliches y la vida misma, se desarrollaban al costado sur, justo bajo el cerro de grafito.
(Nadie se explica por qué el gobierno aún no les ponía un puente, siendo tan necesario, pero bueno, eso es harina de otro costal).
Yo siempre creí que desmayaría al ver actos de absoluta inhumanidad y asquerosidad, pero es increíble cómo el afán morboso de querer a toda costa dar crédito a los ojos y mirar embelesada cómo se va una vida consumida cruda sin más condimento que el sudor del que servía de alimento.
Nunca se supo si era el famoso Gume, ya que según el cura, el papá lo había supuestamente tirado río abajo una vez que el Gume atacó a unos agricultores. Ahora, que eso haya sido cierto o no, porque, ¿puede un padre matar a su hijo, aunque éste sea criminal? Tal vez sí, tal vez no... tal vez no.
El asunto es que estábamos en pleno discurso de promesas van y promesas vienen, cuando de un árbol cae sobre el gordinflón alcalde, un bulto envuelto en mantas negras y lo devora prácticamente entero en cosa de minutos. Lo insólito del caso es que nadie hacía nada, no podíamos, algunos trataban de acercarse, pero era lo mismo que tratar de quitarle la presa a un león hambriento, o es la presa o eres tú.
La gritadera era grande, la mujer del alcalde parecía loca, los perros trataban infructuosamente de meterse entre el gordito y el caníbal. Los hombres corrían de un lado a otro con desesperación, pero no tanta, dándoselas de tranquilizadores. El único carabinero no se dio cuenta de lo que pasaba porque estaba conversando con la nana del capitán, ausente por estar todavía ocupado con el caso de la hija devorada o "asustada más de la cuenta", del concejal.
Siento, igual que ahí, la misma sensación de espasmos abdominales que tuve en ese momento. Como que tus órganos internos se expandieran y contrajeran y a la vez la cabeza se agranda de incredulidad. También recuerdo que quise salir corriendo, pero, repito, es más fuerte la curiosidad. Lo que no sé es si grité como el resto o me puse a fumar como mis compañeros de viaje.
El candidato era un verdadero espectáculo, ése sí que no sabía qué cresta hacer. Si consolar a la flamante viuda, si tirarse encima del Gume (suponiendo que era él) o salir arrancando. Su frialdad de político le ayudó por lo menos a evitar que la tragedia fuera peor, ya que a través del micrófono, gritaba: "Tranquilos, calma, no pasa nada, no pasa nada..."
"Por Dios", decía yo, "qué vergüenza que me vea alguien conocido con este candidato".
Y, claro, la mala suerte, que con el numerito que se mandó el Gume en público, los periodistas que andaban con nosotros y el tiempo que duró la noticia, todo Chile supo que yo estuve ahí.
Al cabo de un rato, en que la bestia había huido quién sabe dónde, con el fallecido alcalde bajo el brazo, se dijo que no comía mujeres, nadie sabe por qué, pero eso sólo sirvió para aumentar las sospechas sobre la traicionada mujer del Señor Casado.
Volvimos a Santiago a enfrentar poco menos que con armas a la cantidad insoportable de periodistas y curiosos que nos bombardeaban con preguntas, más bien inquisiciones acerca de la brutal experiencia.
Lo único que podíamos afirmar con certeza, era que con eso, ya lo habíamos visto todo, aunque sonara arrogante.
A veces me acuerdo de mi tiempo de campañista política y del inolvidable, por supuesto, pueblito de Cerro Gris.
Habíamos escuchado historias novelescas y hasta terroríficas de algunos pueblos sureños, pero lo que pasaba en Cerro Gris era mucho más que increíble... hasta que lo vimos y ya nadie lo podría refutar, al menos delante de mí.
Cerro Gris era un lugar tranquilo, de ríos translúcidos y clima cálido, pese a estar rodeado por ambas cordilleras. Era considerado el oasis para los arrieros que aún existían en la zona. El turismo dejaba la mayor parte de las "riquezas", por llamarle así a las entradas bastante contundentes de las que Cerro Gris podía jactarse.
El pueblo había sido fundado a los pies de un cerro, cuyo color grafito sorprendía a todos los que llegaban ya fuera por curiosidad o casualidad.
El día anterior a nuestra llegada a Cerro Gris, en primera plana del diario se veía la noticia de la desaparición misteriosa de la hija de uno de los concejales. Se decía que había tenido amoríos con un Señor Casado y que la esposa de éste habría encargado a alguien hacerla pasar un sustito. Era tan improbable como la teoría del hombre pillado, el que decía que se la había comido el "GUME".
El Gume era hijo de un minero seducido por las promesas de bienestar económico en el lugar. Recién llegado, el padre se casó con doña Manuela, quien según las malas lenguas, era bruja, pero el demonio la había castigado quitándole sus poderes, cuando ésta no quiso someterse a sus lujuriosas demandas a cambio de más regalías.
Cuando nació el Gume, llovió por siete días y cuando ya pensaban los habitantes de Cerro Gris, que sucumbirían bajo el agua, cesó la lluvia, dando paso a un calor de cuarenta grados centígrados, impensable en esa austral latitud.
Las vecinas más ancianas miraban al pobre Gume con recelo, alejando de su alcance a cuanta virgencita anduviera cerca, sin darse cuenta aún que los bajos instintos del joven iban más bien encaminados hacia otro placer.
Apenas el padre notó el primer atisbo de canibalismo en su apesadumbrado hijo, llamó al cura para que lo "santiguara", creyendo falsamente que era un mal del espíritu y no de la mente.
Nada se sabía de la antropofagia en Cerro Gris, con suerte el Padre Pedro había escuchado alguna vez de los jíbaros, pero de gente que comiera gente, no, imposible. Creían, simplemente que eran costumbres demoníacas, que no podrían darse en su pueblo, ni en las cercanías, dando por hecho la fantasía.
El primer día de campaña todos trataban de comportarse medianamente normales, haciendo el mayor esfuerzo por conquistarnos para que nos quedáramos más de lo previsto. Pero, la verdad es que desde el candidato hasta el último pelagato (yo), vivíamos en una constante vigilia de miedo y a la vez, curiosidad, no, mejor dicho, copuchentismo puro, por saber si era cierto todo este escándalo.
Estábamos obligados a quedarnos dos días por lo menos, ya que el pueblo estaba alejado, la única manera de llegar era por tierra y las actividades programadas eran en diferentes lugares y el pueblo estaba dividido; la municipalidad estaba al lado norte del río y el resto del pueblo, los boliches y la vida misma, se desarrollaban al costado sur, justo bajo el cerro de grafito.
(Nadie se explica por qué el gobierno aún no les ponía un puente, siendo tan necesario, pero bueno, eso es harina de otro costal).
Yo siempre creí que desmayaría al ver actos de absoluta inhumanidad y asquerosidad, pero es increíble cómo el afán morboso de querer a toda costa dar crédito a los ojos y mirar embelesada cómo se va una vida consumida cruda sin más condimento que el sudor del que servía de alimento.
Nunca se supo si era el famoso Gume, ya que según el cura, el papá lo había supuestamente tirado río abajo una vez que el Gume atacó a unos agricultores. Ahora, que eso haya sido cierto o no, porque, ¿puede un padre matar a su hijo, aunque éste sea criminal? Tal vez sí, tal vez no... tal vez no.
El asunto es que estábamos en pleno discurso de promesas van y promesas vienen, cuando de un árbol cae sobre el gordinflón alcalde, un bulto envuelto en mantas negras y lo devora prácticamente entero en cosa de minutos. Lo insólito del caso es que nadie hacía nada, no podíamos, algunos trataban de acercarse, pero era lo mismo que tratar de quitarle la presa a un león hambriento, o es la presa o eres tú.
La gritadera era grande, la mujer del alcalde parecía loca, los perros trataban infructuosamente de meterse entre el gordito y el caníbal. Los hombres corrían de un lado a otro con desesperación, pero no tanta, dándoselas de tranquilizadores. El único carabinero no se dio cuenta de lo que pasaba porque estaba conversando con la nana del capitán, ausente por estar todavía ocupado con el caso de la hija devorada o "asustada más de la cuenta", del concejal.
Siento, igual que ahí, la misma sensación de espasmos abdominales que tuve en ese momento. Como que tus órganos internos se expandieran y contrajeran y a la vez la cabeza se agranda de incredulidad. También recuerdo que quise salir corriendo, pero, repito, es más fuerte la curiosidad. Lo que no sé es si grité como el resto o me puse a fumar como mis compañeros de viaje.
El candidato era un verdadero espectáculo, ése sí que no sabía qué cresta hacer. Si consolar a la flamante viuda, si tirarse encima del Gume (suponiendo que era él) o salir arrancando. Su frialdad de político le ayudó por lo menos a evitar que la tragedia fuera peor, ya que a través del micrófono, gritaba: "Tranquilos, calma, no pasa nada, no pasa nada..."
"Por Dios", decía yo, "qué vergüenza que me vea alguien conocido con este candidato".
Y, claro, la mala suerte, que con el numerito que se mandó el Gume en público, los periodistas que andaban con nosotros y el tiempo que duró la noticia, todo Chile supo que yo estuve ahí.
Al cabo de un rato, en que la bestia había huido quién sabe dónde, con el fallecido alcalde bajo el brazo, se dijo que no comía mujeres, nadie sabe por qué, pero eso sólo sirvió para aumentar las sospechas sobre la traicionada mujer del Señor Casado.
Volvimos a Santiago a enfrentar poco menos que con armas a la cantidad insoportable de periodistas y curiosos que nos bombardeaban con preguntas, más bien inquisiciones acerca de la brutal experiencia.
Lo único que podíamos afirmar con certeza, era que con eso, ya lo habíamos visto todo, aunque sonara arrogante.
A veces me acuerdo de mi tiempo de campañista política y del inolvidable, por supuesto, pueblito de Cerro Gris.
1 Comments:
VAYA HISTORIA CON LA QUE ME E ENCONTRADO " SALUDOS DESDE AQUI
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