EL TRACTOR
La devastación y la pobreza que dejó la guerra, los obligaron a buscar un nuevo lugar dónde vivir. Así, llegaron a Chile en medio del desconcierto, con poco más de lo puesto.
La lista oficial de inmigrantes estaba en manos del administrador de la Fábrica, un hombre justo y severo, que aseguró el bienestar de esta familia por muchos años.
Bianca iluminaba los espacios, sus ojos azules y su pelo blanco brillaban al sol, la noche se encendía ante su presencia.Giacomo, fuerte y moreno, era su puntal.
Dos hijos, Dante y Gino, y el recuerdo de la hija muerta en Italia eran sus mayores tesoros.
Entre polentas y juegos, manzanas y postres, los niños de los alrededores le enseñaron español.
Llegaban los niños a sus casas pidiendo polenta, que la señora Bianca hacía y era muy rica. Las mujeres se enojaban porque ni la conocían...
La hija muerta, contaba Bianca, era igual a tu hija, mira, aquí está la foto... Lloraba y reía, porque Dios le mandó otro hijo cuando ya no podía tener más. Y Giacomo, el bueno de Giacomo, su paciencia de oro, su temple de acero, sus ansias de mejorar.
Bianca en la ventana mirando al otro lado de la cordillera, Bianca en la terraza mirando a los niños propios y ajenos jugando en los manzanos. Blanca Bianca, mirando el campo por donde el marido vuelve...
Bianca cayendo cuando el tractor aplasta al marido distraído por saludarla.
La lista oficial de inmigrantes estaba en manos del administrador de la Fábrica, un hombre justo y severo, que aseguró el bienestar de esta familia por muchos años.
Bianca iluminaba los espacios, sus ojos azules y su pelo blanco brillaban al sol, la noche se encendía ante su presencia.Giacomo, fuerte y moreno, era su puntal.
Dos hijos, Dante y Gino, y el recuerdo de la hija muerta en Italia eran sus mayores tesoros.
Entre polentas y juegos, manzanas y postres, los niños de los alrededores le enseñaron español.
Llegaban los niños a sus casas pidiendo polenta, que la señora Bianca hacía y era muy rica. Las mujeres se enojaban porque ni la conocían...
La hija muerta, contaba Bianca, era igual a tu hija, mira, aquí está la foto... Lloraba y reía, porque Dios le mandó otro hijo cuando ya no podía tener más. Y Giacomo, el bueno de Giacomo, su paciencia de oro, su temple de acero, sus ansias de mejorar.
Bianca en la ventana mirando al otro lado de la cordillera, Bianca en la terraza mirando a los niños propios y ajenos jugando en los manzanos. Blanca Bianca, mirando el campo por donde el marido vuelve...
Bianca cayendo cuando el tractor aplasta al marido distraído por saludarla.