IMPOTENTE
Era la tercera vez que postulaba a un trabajo, buscaban a una secretaria con aptitudes "para trabajar en altura". Debía estar a las 8:00 de la mañana (obvio), en la oficina del consultor.
Muy orgullosa de haber calificado para la entrevista, me fui bien arregladita y con tiempo de sobra para caminar hasta el lugar, feliz yo de tener un eventual trabajo para poder mantenerme sola. La separación me había dejado, prácticamente, en la ruina.
Dejé a mi pequeño retoño en su sala cuna y partí...
Al llegar, me encontré con un montón de mujeres esperando y entregando sus datos. Una de ellas, ante mi expresión de asombro, me dijo que había que dar el nombre para que te atiendan por orden de llegada. Más tarde, la misma me contó que se había enterado que no era selectivo, sino que llamaban a todas las que habían entregado el currículum.
Entregué mis datos y me senté a esperar junto a esta "amable". Conversamos un rato acerca del puesto. Estaba harto más informada que yo, por cierto, sin embargo, no me ofendí al pasar por ignorante, y le pregunté lo que más pude para llegar a la entrevista más actualizada.
Pasada una hora de conversación, salió una niña muy joven llorando y gritando que la habían tratado mal, corriendo hacia la calle.
Yo, tan chora que soy, pensé que si a mí me llegaban a decir algo pesado u ofensivo no me iría tan tranquila, primero le diría al entrevistador unas cuantas cosas, pero a mí nadie me trataba mal, qué se creen, que porque una es cesante y pobre la tienen que basurear... No, yo no dejaría impune un acto tan desgraciado.
La oficina era asquerosa, horrible, vieja. Se trataba de un humilde pasillo, bastante a mal traer, y cuatro puertas, dos para cada “distrito”, como habían puesto en unos cartelitos escritos a mano en las puertas y otras dos para unas especies de bodegas, una para cada distrito.
Me empecé a aburrir y salí a fumarme un cigarro, la amable no quiso ir conmigo, ella había llegado antes que yo y le podía tocar ya. Afuera escuché todo tipo de comentarios, tales como que van a dejar a la que tenga más cara de india para que los turistas, cuando visiten el lugar, crean que acá se considera mucho a los aymaras, o que van a seleccionar a la más joven para pagarle menos, no importa la experiencia, en fin, tonteras de ese tipo, que naaaaaaaaaaaaada tienen que ver con la idiosincracia de los jefes chilenos...
No faltó la que no puede dejar al pierno en casa y ahí estaba, sentada encima de él y acarameladitos, y eso que ya no era tan temprano, como para decir, por lo menos, que era por el frío. Se me acabó el cigarro y entré para ver en qué número iban, Todavía me faltaban 15, ¡mierda! Toda la mañana perdida, cuando podría estar haciendo algo más útil o entretenido. Ya eran cerca de las 11:00. Más encima, estos giles no encontraron nada mejor que dejar pasar primero a tres “niñitas” que, aunque habían llegado tarde, le rogaron al viejo que las dejara entrar primero porque tenían que volver a sus trabajos. O sea, además, se le da prioridad, para encontrar pega, a las que ya la tienen, noooo, si este país brilla por la genialidad.
Partí a comprarme una cocacola, me moría de sed y en esta humedad espantosa, me transpiraba hasta el poco cerebro que me iba quedando.
En el camino, muy corto, porque no quería alejarme tanto tampoco, me encontré con un perrito vago. Acá en todo caso, no sobran tantos como en Santiago, allá si que era vergonzoso ver la cantidad de perros vagos que abundaban en las calles. Este era tan simpático, un quiltro bien feo, pero chiquito y se veía tan amoroso, que no pude evitar acercarme y hacerle cariñito en la cabeza...
Me mordió el perro maricón. Me levanté gritando pa’dentro y mirando para todos lados con cara de pava, implorando que nadie me hubiera visto. El perro no se iba y yo me asusté, me moví un poco y el huevón me siguió gruñendo. Pero no por culpa del quiltro me iba a quedar sin la cocacola. Llegué al quiosco y la señora me preguntó qué me había pasado en la mano. Yo no lo noté, pero tenía sangre y mugre. Ella me pasó una toallita húmeda y con eso me limpié, no era para tanto. Ahora, tendría que andar con olor a poto de guagua en la mano.
Volví al lugar de la entrevista y ya faltaban cinco solamente para que llegara mi turno. Las cuatro siguientes salieron volando, como que ya se les había pasado la hora a los entrevistadores, entonces, por pinta, estaban desechando.
Gritaron mi nombre, mal, por supuesto y entré medio desaliñada ya gracias a la espera y el perrito, lindo él.
Después de los saludos de rigor, me pidieron (eran como seis o siete tipos) que hiciera una carta de tales y tales características.
La hice, demostrando mi absoluto dominio sobre el PC, la imprimí y se la entregué, no a quien debía (qué sabía yo quién era el más importante) y éste se la entregó a Nº1.
- Si, excelente, - dijo el gordito – pero le falta la “referencia”.
¡Ah no! Viejo pelotudo que se creía haberme hecho esperar más de tres horas para esto cree que esta pega es muy importante es el picante jefe de una oficinucha ni siquiera en el centro qué sabe él de protocolo con esa pinta de roteque...
Eso quise decirle, mas me levante como una dama, digna hasta la muerte y disparé, dibujada en mi cara la más encantadora de las sonrisas, un simpático “gracias, adiós”.
Muy orgullosa de haber calificado para la entrevista, me fui bien arregladita y con tiempo de sobra para caminar hasta el lugar, feliz yo de tener un eventual trabajo para poder mantenerme sola. La separación me había dejado, prácticamente, en la ruina.
Dejé a mi pequeño retoño en su sala cuna y partí...
Al llegar, me encontré con un montón de mujeres esperando y entregando sus datos. Una de ellas, ante mi expresión de asombro, me dijo que había que dar el nombre para que te atiendan por orden de llegada. Más tarde, la misma me contó que se había enterado que no era selectivo, sino que llamaban a todas las que habían entregado el currículum.
Entregué mis datos y me senté a esperar junto a esta "amable". Conversamos un rato acerca del puesto. Estaba harto más informada que yo, por cierto, sin embargo, no me ofendí al pasar por ignorante, y le pregunté lo que más pude para llegar a la entrevista más actualizada.
Pasada una hora de conversación, salió una niña muy joven llorando y gritando que la habían tratado mal, corriendo hacia la calle.
Yo, tan chora que soy, pensé que si a mí me llegaban a decir algo pesado u ofensivo no me iría tan tranquila, primero le diría al entrevistador unas cuantas cosas, pero a mí nadie me trataba mal, qué se creen, que porque una es cesante y pobre la tienen que basurear... No, yo no dejaría impune un acto tan desgraciado.
La oficina era asquerosa, horrible, vieja. Se trataba de un humilde pasillo, bastante a mal traer, y cuatro puertas, dos para cada “distrito”, como habían puesto en unos cartelitos escritos a mano en las puertas y otras dos para unas especies de bodegas, una para cada distrito.
Me empecé a aburrir y salí a fumarme un cigarro, la amable no quiso ir conmigo, ella había llegado antes que yo y le podía tocar ya. Afuera escuché todo tipo de comentarios, tales como que van a dejar a la que tenga más cara de india para que los turistas, cuando visiten el lugar, crean que acá se considera mucho a los aymaras, o que van a seleccionar a la más joven para pagarle menos, no importa la experiencia, en fin, tonteras de ese tipo, que naaaaaaaaaaaaada tienen que ver con la idiosincracia de los jefes chilenos...
No faltó la que no puede dejar al pierno en casa y ahí estaba, sentada encima de él y acarameladitos, y eso que ya no era tan temprano, como para decir, por lo menos, que era por el frío. Se me acabó el cigarro y entré para ver en qué número iban, Todavía me faltaban 15, ¡mierda! Toda la mañana perdida, cuando podría estar haciendo algo más útil o entretenido. Ya eran cerca de las 11:00. Más encima, estos giles no encontraron nada mejor que dejar pasar primero a tres “niñitas” que, aunque habían llegado tarde, le rogaron al viejo que las dejara entrar primero porque tenían que volver a sus trabajos. O sea, además, se le da prioridad, para encontrar pega, a las que ya la tienen, noooo, si este país brilla por la genialidad.
Partí a comprarme una cocacola, me moría de sed y en esta humedad espantosa, me transpiraba hasta el poco cerebro que me iba quedando.
En el camino, muy corto, porque no quería alejarme tanto tampoco, me encontré con un perrito vago. Acá en todo caso, no sobran tantos como en Santiago, allá si que era vergonzoso ver la cantidad de perros vagos que abundaban en las calles. Este era tan simpático, un quiltro bien feo, pero chiquito y se veía tan amoroso, que no pude evitar acercarme y hacerle cariñito en la cabeza...
Me mordió el perro maricón. Me levanté gritando pa’dentro y mirando para todos lados con cara de pava, implorando que nadie me hubiera visto. El perro no se iba y yo me asusté, me moví un poco y el huevón me siguió gruñendo. Pero no por culpa del quiltro me iba a quedar sin la cocacola. Llegué al quiosco y la señora me preguntó qué me había pasado en la mano. Yo no lo noté, pero tenía sangre y mugre. Ella me pasó una toallita húmeda y con eso me limpié, no era para tanto. Ahora, tendría que andar con olor a poto de guagua en la mano.
Volví al lugar de la entrevista y ya faltaban cinco solamente para que llegara mi turno. Las cuatro siguientes salieron volando, como que ya se les había pasado la hora a los entrevistadores, entonces, por pinta, estaban desechando.
Gritaron mi nombre, mal, por supuesto y entré medio desaliñada ya gracias a la espera y el perrito, lindo él.
Después de los saludos de rigor, me pidieron (eran como seis o siete tipos) que hiciera una carta de tales y tales características.
La hice, demostrando mi absoluto dominio sobre el PC, la imprimí y se la entregué, no a quien debía (qué sabía yo quién era el más importante) y éste se la entregó a Nº1.
- Si, excelente, - dijo el gordito – pero le falta la “referencia”.
¡Ah no! Viejo pelotudo que se creía haberme hecho esperar más de tres horas para esto cree que esta pega es muy importante es el picante jefe de una oficinucha ni siquiera en el centro qué sabe él de protocolo con esa pinta de roteque...
Eso quise decirle, mas me levante como una dama, digna hasta la muerte y disparé, dibujada en mi cara la más encantadora de las sonrisas, un simpático “gracias, adiós”.
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